JAIME ORNELAS DELGADO
APAGÓN
Me tocó pasar la cena de Noche Buena en una zona del estado de México que era atendida por la LFC. Todo transcurrió normalmente, si normal se puede llamar al apagón que ocurrió en plena celebración. Los anfitriones explicaron que para ellos se ha vuelto cotidiana la interrupción del suministro de energía en cualquier momento y a toda hora; además, decían, hasta el momento no llegan los recibos y el desempleo en la zona se agudiza. Es el caso del propietario de un pequeño restaurante que atendía a los electricistas de una subestación localizada en esa zona y que, supongo, por falta de personal no se ha podido echar a andar. Buena parte de sus clientes desparecieron y los que quedaron son insuficientes para seguir operando, por tanto tuvo que cerrar despidiendo a tres empleados que, con el propietario, se suman a los 44 mil miembros del SME lanzados al desempleo por Calderón y Alarcón. Ese ejemplo es uno de los muchos efectos que ha tenido sobre el empleo indirecto el cierre absurdo de la LFC.
La subestación languidece, los trabajadores tienen un campamento en sus puertas y acuden a la solidaridad de los transeúntes y mantienen viva la esperanza de que su lucha no será en vano.
Nosotros, como ellos, estamos seguros de la victoria final. Pero como esas victorias no las regala nadie y no basta tener razón para triunfar, habrá de sostenerse la resistencia civil pacífica, hoy más que nunca justificada por la vesania de un régimen que sólo encuentra apoyo en los dos pilares tradicionales del conservadurismo: las fuerzas públicas y la jerarquía eclesiástica. Y ambos son vulnerables ante la acción de la sociedad organizada.
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