19 sept 2011

La victoria del Zócalo

El Universal/ Opinión

Jacobo Zabludovski

El grito de abajo se impuso al Grito de arriba. Así debe haber sido hace millones de años cuando un hombre desde la boca de su cueva aulló por primera vez a un semejante asomado a la suya y estableció la comunicación humana, antes de que las herramientas para ampliarla sofocaran la voz individual, mucho antes de que los instrumentos totalizadores intentaran suplantar el vínculo inicial. La lección del Zócalo es clara: un puñado de dueños de su verdad puede derrotar a la gran maquinaria.

Hace dos años el gobierno federal decidió desaparecer la compañía de Luz y Fuerza del Centro. De pronto miles de trabajadores se quedaron en la calle, en medio del aplauso de los medios informativos del carrusel oficial. Muchos aceptaron su liquidación, obligados por el hambre y la urgencia de cubrir deudas y necesidades familiares primarias. Otros, 16,500, decidieron luchar. Acudieron a todas las instancias como parias que el destino se empeñó en deshacer y probaron la amargura de encontrar secas las pilas de todos los timbres que vos apretás. Parecían mendigos pidiendo limosna a personajes indiferentes que les decían vuelva el sábado.

Cansados, decidieron instalarse en el Zócalo. Llegaron el 3 de marzo con sus mujeres, sus niños y la jaula de sus canarios. Armaron sus tiendas mientras comentaristas indignados por la usurpación del Zócalo sagrado montaban en cólera y clamaban el desalojo de los invasores. La embestida de la propaganda no doblegó a los sindicalistas. Más de seis meses transcurrieron sin que las autoridades se dignaran a atender las quejas y peticiones, dando respuestas que iban del silencio a siniestros cargos de corrupción sindical. Escandalosa fue la reacción por la venta de garnachas y elotes asados a la sombra de la gran bandera, qué falta de respeto, qué atropello a la razón, qué dirán los turistas, qué pena, qué policía tan inútil, que sigan hasta que se cansen, tarde o temprano se irán. Quienes estaban obligados a escuchar respondían con su actitud inamovible de importamadrismo.

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