4 jul 2011

Pedro y los esquiroles

Un Cuentito de Romeo Valentín Arellanes
Fuente: Cuentos Alrevés

La sala de espera del hospital tenía la apariencia de un velatorio con olor a cloro, xilocaína y limpiador de pisos. Se escuchaba el leve rechinar de pasos de doctores y afanadores siempre respetuosos del silencio y un leve cuchicheo de enfermeras, apagado al fondo del pasillo. Los tres parientes del interno aguardaban en silencio. El padre miraba al hijo y éste bajaba la mirada; la madre miraba a ambos y sollozaba. Hasta que don Silvano reprochó a su hijo Pedro
-¿Por qué no lo defendiste cabrón?, si ya sabías lo que le iba a pasar.
- Sabía lo que él hizo y le advertí… porque eso que andaba haciendo no se vale. Hubiera sido mejor que Pablo que se hubiera ido de aquí con su lana ya que la había aceptado; mejor hubiera puesto un negocio en la provincia, pero no me hizo caso y siguió jugándole al vivo, engañándonos a todos

A la mente de Pedro vino la imagen de aquel recado anónimo pegado en el periódico mural del sindicato, y aunque se resistía con todas sus fuerzas no pudo evitar sentir remordimiento.
-No sé qué tiene en la cabeza ese muchacho- dijo don Silvano sin pensar, y arrepentido luego de su dicho agregó- Pero es tu hermano, el más chico, eso es más importante que cualquier cosa.
Pedro no contestó pero sabía que el origen del problema era ese, que siempre consideraron a Pablo “el más chiquito” y todo le resolvían, lo seguían consintiendo y teniendo las consideraciones de un adolescente caprichoso aunque ya rebasaba los 20 años.
-Por eso se ha hecho un egoísta y no se compromete con nada- pensó Pedro, el hermano mayor.

Pablo no tenía ni dos años en la Compañía Nacional de Luz, y Pedro llevaba 10, cuando el gobierno decretó su desaparición “para dar paso a una nueva época de progreso” y despidió a todos los trabajadores. Ofreció que algunos serían incluidos en el “nuevo proyecto” pero con la mitad del sueldo, sin prestaciones, sin reconocerles su antigüedad ni el derecho a la jubilación.

Don Silvano sindicalista de hueso colorado, perteneciente a una tercera generación de electricistas, pidió a sus hijos que no aceptarán las condiciones del gobierno, que no se liquidarán y se unieran a las movilizaciones, y ofreció apoyarlos con parte de su cheque de jubilación, que pese a todo él seguiría recibiendo. Pablo estiró la mano y aceptó la ayuda del padre. Pedro dudó, no creyó correcto recoger el dinero del viejo, pensó seriamente en aceptar la indemnización del gobierno, poner un negocio y ser recontratado, después de todo tenía una esposa y un hijo que mantener, esa era su prioridad.


-No se trata del dinero, yo puedo trabajar también, se trata de no dejarse, no es justo lo que nos hicieron- Decía su esposa Leticia al principio, porque estaba indignada y todo le parecía más fácil en ese momento, pues hasta es momento ignoraba el significado de la palabra “necesidad”.

-Pero si demando no hay fecha para cuando se resuelva, y es posible que no haya solución, o que la solución sea que nos terminen de chingar completos.
Ahora Pedro había olvidado ese momento de debilidad y se sentía orgulloso de haber rechazado la liquidación, a pesar de que en tantos meses el conflicto parecía estar estancado y el desaliento, como si fuera un virus contagioso, flotaba en el ambiente apoderándose de gran parte de los trabajadores rebeldes. Con las deudas hasta el cuello, sin saber que hacer de sus vidas, muchos aceptaron las indemnizaciones con la ilusión de que los contratarían en el nuevo proyecto privado o del gobierno. Tenían miedo a la incertidumbre.

En contraste, para Pedro el activismo se volvió una verdadera ocupación; disfrutaba organizando a la gente, debatiendo, preparando lo que diría en las asambleas, marchando, incluso disfrutaba los combates cuerpo a cuerpo o a distancia con la Policía Federal; adquirió el hábito de leer los periódicos, escuchar las noticias en radio y televisión que antes consideraba una pérdida de tiempo; aprendió a utilizar el Internet para subir, descargar y compartir videos sobre las manifestaciones y enfrentamientos; entendió la lógica del poder, comprendió las razones que a veces tienen los políticos para mentir y se dio cuenta de por qué en la política no se le puede dar gusto a todos. Podría decirse que encontró en el activismo una vocación hasta entonces oculta, que lo satisfacía más allá de sus necesidades cotidianas y lo situaban en un lugar histórico en algo más trascendente. Se sentía parte de la Historia por primera vez en su vida.

-Esta lucha es por el bien de todo el país, no sólo por el gremio- repetía cada vez que podía y se entregó a esta idea con el fervor de quien descubre y adopta una nueva religión: La verdadera.

La ciudad se llenó paulatinamente de pequeños grupos de contratistas que trataban de reparar las fallas de la red eléctrica ante el recelo de los trabajadores de la vieja empresa que miraban como los inexpertos corrían de una colonia a otra dejando un rastro de remaches, cables mal puestos y soluciones tan ingeniosas como potencialmente mortales con las que pretendían restablecer el servicio de luz en la ciudad. Pedro se preocupó cuando la calidad de las reparaciones comenzó a mejorar.
-Esto lo arregló alguno de nosotros- gritaba iracundo siempre que veía una reparación y un remache en su preciso lugar, signo inequívoco de la presencia de los esquiroles.

En el pizarrón de avisos del edificio sindical aparecieron cotidianamente recados anónimos, que denunciaban el nombre apellido y dirección de ex compañeros, presuntos esquiroles. En la prensa y de boca en boca cada vez llegaban más noticias de gente que aceptaba la indemnización y de contratistas golpeados, unos incluso terminaban hospitalizados, y la mayoría de los agredidos eran ex trabajadores de la vieja empresa. El propio Pedro formó parte de alguna golpiza. No podía contener su ira cuando descubría una cara conocida, a un ex compañero trabajando codo cooperando con el maldito gobierno. Era como una traición a la Patria.

Pero cuando en el pizarrón de avisos apareció el nombre de su hermano, la primera reacción, casi instintiva, de Pedro fue arrancar la hoja anónima y guardársela en la bolsa del pantalón sin que nadie lo viera.

Al inicio de la discusión, Pablo lo negó todo, pero la insistancia de Pedro que le restregaba la hoja en la cara lo exasperó. El tonito de aquella voz que escupía palabras tan optimistas, ingenuas, sobre “la lucha”, lo irritaron y lo orillaron contestar y subir el volumen y afilar sus palabras. Pablo terminó por confesar la verdad. Había aceptado la indemnización del gobierno desde el primer día y llevaba meses trabajando para los contratistas. Durante todo ese tiempo había seguido recibiendo la ayuda que ofrecía su padre, según para darle gusto pero en realidad era porque no se atrevía a confesarle la verdad.

-Pinche cobarde, que poca madre tienes, siempre has sido un egoísta, un inútil, un abusivo. ¿Cómo pudiste ceder? Tú que no tienes familia que alimentar, que no tienes nada que arriesgar, nada que perder deberías estar metido de lleno en la lucha, al frente, en primera fila… pero eres un puto esquirol , sin dignidad, si huevos, sin orgullo.
- Es muy mi pinche decisión ¿no?, es mi vida. Mucho pinche orgullo pero bien que Leticia ha venido a pedirme prestado para hacerte de tragar y para comprar cosas para tu niño… Mira, yo no quería defraudarte ni a ti ni a mi papá, pero soy realista. Pedro esto ya valió madres, no hay marcha atrás y nosotros no podemos hacer nada. Acéptalo, deberías y por tu indemnización.
- Estás bien pendejo. No alcanzas a ver más allá ni eres capaz de hacer un sacrificio por nadie. Me das lástima.

Dicho esto Pedro se fue, pues no tenía caso seguir discutiendo.
En el camino nocturno tomó una decisión: jamás volvería a dirigirle la palabra a Pablo y le exigiría a su hijo y a su esposa que tampoco lo hicieran.
- Por cierto, esa pinche Leticia me va a oír- pensó.

Aún llevaba la hoja arrugada entre sus manos y cuando se percató de ella, miró fijamente, como por última vez el nombre de su hermano, le sorprendió que llevaran los mismos apellidos. Entonces se cuestionó si debería romperla o volver a pegarla en el pizarrón del sindicato.
Pedro y los esquiroles

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