La anunciada intención de aprobar en el Congreso de la Unión la reforma energética, que permitiría abrir las puertas a la inversión privada en Petróleos Mexicanos (Pemex) debe de ser motivo de una compleja reflexión nacional, donde todos los sectores sociales participen y exijan que antes de cualquier modificación constitucional, los impulsores del proyecto expliquen bien y a todos los mexicanos las condiciones en que se han administrado nuestros recursos energéticos en los últimos sexenios.
Cambiar el actual régimen de propiedad exclusiva de la nación a través del Estado, bajo el supuesto de que es la única salida para fortalecer financieramente a Pemex, es venderle una gigantesca mentira a todo el país, sobre todo cuando desde hace varios años expertos en la materia han señalado con exactitud que el problema financiero de la paraestatal más importante radica en su injusto régimen fiscal y la errada fragmentación que se hizo de la misma, al dividirla en empresas subsidiarias durante el sexenio salinista.
No puede entregarse a manos privadas la riqueza que, de acuerdo con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es propiedad del pueblo de México, bajo el sofisma de que la reforma no busca “privatizar” uno de los sectores que a nivel mundial es considerado como estratégico para el desarrollo económico, como es el de los hidrocarburos.
Así como en la expropiación petrolera de 1938 el pueblo entero se volcó a ayudar, con lo que tuvo a su alcance, al gobierno de Lázaro Cárdenas para pagar la indemnización a las firmas extranjeras, ahora el gobierno priísta debe consultar y explicar a ese mismo pueblo el por qué de su intención por echar reversa a la historia y permitir que el capital privado retorne a disfrutar de las riquezas nacionales. Si nos atenemos a que la máxima soberanía del país radica en el pueblo, deberá tomarse en cuenta su punto de vista, informando con exactitud de las consecuencias y dimensiones que tendrá una medida de tal naturaleza que, por donde se le quiera ver, no puede esconder sus matices antinacionalistas.
Quienes 
alientan la reforma tendrán que explicar cómo es posible que, mientras en todo 
el mundo los países productores de petróleo han retornado al llamado “modelo 
integral de gestión” –donde sus gobiernos confieren un valor geopolítico de 
primer orden a sus reservas petroleras en el rango estratégico de su seguridad 
nacional–, en nuestro país se pretende actuar en sentido inverso obstinándose a 
alentar el denominado “modelo atomizado de gestión” adoptado en la década de 
1980, cuando de acuerdo con las tendencias globalizadoras se pensaba que era 
benéfica la fragmentación de las grandes empresas productivas y alentaba la 
asociación público-privada como justificación de la privatización.
En el 
actual contexto en que pretende incubarse la reforma energética, resulta 
insalvable ubicar en la agenda de los grandes temas nacionales el análisis del 
injusto régimen fiscal impuesto a Pemex y que en los últimos 2 sexenios conllevó 
a su franco deterioro financiero, al ser la única empresa petrolera en el mundo 
que es gravada con impuestos muy por encima de los estándares internacionales, y 
en el colmo de los despilfarros el gobierno federal se permitió el manejo 
discrecional de los excedentes petroleros.
Pemex 
se ha convertido en la tablita salvadora de las equivocadas políticas 
hacendarias de recaudación, que han solapado la evasión fiscal, sobre todo de 
los grandes consorcios nacionales; un análisis realizado por la Universidad 
Nacional Autónoma de México en 2004 reveló que mientras la evasión alcanzó en 
aquel año la cifra de 610 mil 800 millones de pesos, esta falta de recursos fue 
subsanada en buena parte por la carga fiscal impuesta a Pemex, que ascendió, en 
el mismo periodo, a 473 mil millones de pesos. Por esta razón, los expertos 
indican que la empresa se encuentra en una quiebra técnica, ya que a la fecha el 
gobierno federal le extrae por el cobro de impuestos y derechos el 128 por 
ciento de su rendimiento de operación.
Se 
habla ahora de la posibilidad de asociar a Pemex con la brasileña Petrobras, a 
la que los desinformados economistas oficiales le ponderan una alta eficiencia, 
pero se cuidan de decir que en los comparativos internacionales de lo que pagan 
–vía impuestos– las empresas petroleras del mundo, Pemex es, de forma por demás 
inconcebible, la que más es sangrada en sus ingresos por dicho concepto. Por 
ejemplo, mientras en 2009 poderosas firmas como la Royal Dutch Shell apenas 
erogaban por esta obligación 8 mil 300 millones de dólares; PetroChina, 4 mil 
900 millones de dólares, y Petrobras, 5 mil 200 millones, Pemex pagaba la 
estratosférica cifra de 40 mil 500 millones de dólares.
Es 
obvio que, al no haber utilidades, su capitalización y modernización se han 
visto seriamente mermadas, contrario a lo que sucede con el resto de las 
empresas petroleras del mundo, tanto privadas como gubernamentales, que 
invierten un porcentaje importante de sus ganancias en infraestructura, 
tecnología y proyectos de exploración.
Además 
del debate nacional que debe asumir la sociedad, los diputados y senadores 
tienen la responsabilidad histórica de analizar y plantear a la nación 
estrategias alternativas en el sector energético que permitan su fortalecimiento 
sin menoscabo de nuestra soberanía económica, pues en el tema del sector 
eléctrico es evidente que el modelo de creciente participación de los 
permisionarios privados está desmantelando el servicio público nacional, primero 
con la extinción de Luz y Fuerza del Centro y progresivamente con la pérdida de 
capacidad de generación por parte de la Comisión Federal de 
Electricidad.
Los 
legisladores tienen la obligación de explicar a toda la nación las razones por 
las cuales se ha aceptado que la CFE firme en desventajosas condiciones 
contratos hasta por 25 años con las trasnacionales para la compra de su energía 
generada. Para diciembre de 2009, la adquisición de energía a las firmas 
extranjeras le había costado al país más de 268 mil millones de pesos, y se 
estima que, por los compromisos contraídos, de 2010 a 2041, los mexicanos les 
habremos de pagar 1.6 billones de pesos, según estableció con claridad el 
análisis de la Cuenta Pública 2009, practicado al sector eléctrico por la 
Auditoría Superior de la Federación.
Todos 
los mexicanos tenemos el derecho de exigir cuentas también del destino que 
tuvieron los 14 mil millones de dólares que en 2008 ingresaron a las arcas 
nacionales por concepto de los excedentes petroleros. Multimillonarias cifras 
que fueron manejadas de manera discrecional por el gobierno de Felipe Calderón, 
y que acrecentaron, con tan cuantioso saqueo, la “quiebra técnica” de Pemex. 
Antes de aprobar cualquier reforma energética debe practicarse una auditoría 
ciudadana a nuestros recursos energéticos, para comprobar que nuestras empresas 
públicas son rentables y han sido “quebradas”, o desaparecidas como Luz y Fuerza 
del Centro, para poder abrir las puertas a la silenciosa y encubierta 
privatización. Ésa es la antinacionalista razón de fondo.
 
 
 
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