Segunda parte
Los jilgueros que desde el
gabinete y el Congreso defendieron la aprobación y puesta en marcha de
la reforma laboral guardaron un oprobioso silencio este 1 de mayo, al
mirar atónitos el grado de devastación ocasionado por la puñalada
trapera que asestaron a millones de trabajadores al dejarlos en la
indefensión jurídica y a merced de una voraz clase empresarial que los
conduce, en connivencia con autoridades, a mayores niveles de pobreza y
explotación.
Los
responsables directos de la pauperización de la clase trabajadora se
guardan bien, en estos tiempos electorales, de reeditar sus palabras que
ayer prometían un escenario de abundantes empleos y estabilidad laboral
con remuneraciones salariales de primer mundo. Por doquier, lo
mismo estudios de organismos internacionales que de instituciones
educativas como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los
contradicen, pero es la realidad misma, con toda su crudeza y brutalidad
la que habla por sí misma: la explotación feudal de los jornaleros
agrícolas y el inexistente poder adquisitivo de los salarios mínimos
ante las incontrolables alzas hasta del 185 por ciento en productos
básicos, como el huevo, son el reflejo de que la política económica
sustentada en las reformas estructurales no está funcionando.
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