7 dic 2012

La mirada furtiva de un esquirol

Por. Cecilia Figueroa

Para llegar a mi casa desde el SME, siempre tomo el mismo camino: derecho sobre Antonio Caso, lo que me obliga a pasar por Melchor Ocampo y Marina Nacional. Desde el principio de la resistencia he sido testigo de lo que ha pasado en nuestro querido edifico Verónica. Quizá algunos que no lo han visto en mucho tiempo y ocasionalmente pasan por ahí, les duele más que a mí ver las transformaciones. No es que no me afecte, lo que pasa es que lo veo diario. Tampoco crean que ya me acostumbré, a eso, nunca.

Bueno, el asunto es que hoy, como todos los días, me subí en el microbús para llegar a Tacuba, iba muy tranquila, mirando a uno y otro lado, cuando empezamos a subir el puente de Marina Nacional mi mirada se fijó en el edificio. Siempre me acuerdo de algo... Como muchos de los que trabajamos en áreas administrativas, mis primeras labores en la Compañía eran de mensajería, así que iba de un piso a otro, de una oficina a otra; eso me permitía ver las grandes diferencias entre un piso y otro, recuerdo la elegancia y suntuosidad de las oficinas del octavo piso, ahí donde estaban los que mal administraban la empresa y también recuerdo los escritorios viejos del tercer piso; lo contrastante entre el amplio espacio que gozaban algunos administradores y el hacinamiento de los compas de Personal y otros departamentos, los muebles de fina madera en algunas gerencias y las sillas deterioradas en el cuarto piso.

Varios años han pasado desde entonces, más de veinte, cuando entregaba las copias de memorandos, esas hojas como de papel cebolla, delgaditas, delgaditas… Híjole, ya me desvié del asunto, ¡ah que los recuerdos que no me dejan! Bueno, pues ahí iba el microbús, ahora bajando el puente, casi llegando a la esquina de Lago Pátzcuaro, ahí donde está el Campamento Marina de Líneas Aéreas… Cuando fui volante en Oficinistas Varios me correspondía hacer coberturas en la Zona 1, a ésta pertenecía el Campamento, fueron dos o tres ocasiones las que me tocó estar por allá, cubriendo las vacaciones de compañeros, fue ahí donde entendí la lógica de las curvas (mis compas del SME ya saben a qué curvas me refiero)… Pues que se detiene el microbús, unas personas bajaron y otras subieron, mientras eso pasaba, yo miraba por la ventanilla hacia un puesto de carnitas que se instala sobre la acera, yo miraba cómo un joven sacaba de un cazo un trozo de carne y lo partía con el cuchillo, moví la cabeza más a la derecha y en cuestión de segundos mi mirada se cruzó con la de él.

Con un plato de plástico rojo en la mano izquierda y un taco en la derecha, FT (así llamaré al susodicho , pues no merece ni siquiera que lo nombre) cruzó su mirada con la mía, fueron dos o tres segundos los que mantuvo la mirada, el tiempo suficiente para reconocerme. Desvió la mirada, simulando que no me había visto, pero yo no dejé de mirarlo, descubrí su cuerpo vestido con uniforme de mezclilla azul y el logo del SUTERM…A FT lo conocí en Indios Verdes, en el campamento norte de Cables Subterráneos, allá por el 94. Él era de Instalación y Mantenimiento, en ese entonces era un joven amable y sonriente y platicaba mucho con todos los de la oficina, antes de salir del campamento a cumplir su orden de trabajo, iba a saludarnos a todos y después del medio día, cuando regresaba con la cuadrilla, también se presentaba a la oficina y a veces platicaba cómo le había ido en la calle.

En esos años el uniforme era el de gabardina color caqui, uniforme que a él no le gustaba porque según decía, se ensuciaba mucho. Un día nos presumió que él conservaba una camisola de mezclilla, pero de mezclilla gruesa que alguien, no sabía quién si su padre o su tío, la habían llevado a su casa. Un día se presentó con la camisola y todos en la oficina le dijimos que estaba muy padre y no sólo yo, sino otros más le propusimos que nos la vendiera. Dijo que no…Dio una mordida a su taco para seguir disimulando.

El semáforo marcó verde y el microbús siguió su marcha. Yo sabía que FT se había liquidado, pero ig noraba que fuera esquirol. Me dio mucha rabia descubrir que alguien a quien conocí, aprecié y con quien tuve coincidencias políticas nos haya traicionado. No olvido su activa participación en el proceso electoral que nos marcó y su convencimiento de que el papel que jugaba el marrano era orquestado por el gobierno. No fue uno, sino varios los mítines en los que estuvimos, previo al horrendo octubre de 2009, de verdad lo consideraba un camarada, un compita de ley. Tampoco me angustio, al menos mostró su verdadero rostro, como todos los que además de abandonarnos, le sirvieron al gobierno. A ésos, a los esquiroles yo ya los eché al bote de la basura.

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